HISTORIA
Y REALIDAD
Por:
Doris Yaneth Florián Florián
La historia, según el tribuno
de la antigua Roma, Cicerón, es “la maestra de la vida” y aunque su enseñanza
es muy compleja por cuanto requiere una gran dosis de lectura y amor por
estudiar nuestro pasado, es necesario que la conozcamos, si no conocemos
nuestro pasado, seremos personas que andaremos
a ciegas en nuestro presente y que con seguridad no podremos proyectar
nuestro futuro.
Hoy con ocasión de la
conmemoración de la Batalla de Boyacá, no
pretendo darles una cátedra magistral de la historia de nuestra amada
Colombia y del acontecer republicano e independiente a partir de la Campaña
Libertadora de 1819, liderada por ese gran genio de las Américas, el caraqueño Simón
Bolívar; simplemente me limitaré a poner en consideración algunas reflexiones
en torno a aquel 7 de Agosto de 1819 en que las heroicas tropas patriotas
comandadas por el propio general Bolívar enfrentaran y derrotaran al ejército
realista en el histórico sitio del Puente de Boyacá, en una batalla que se ha
considerado como la acción de armas única y definitiva para la conquista de la
tan anhelada LIBERTAD, no sólo de los colombianos sino de todos los pueblos de
América latina sometidos y subyugados por el dominio de los gobiernos de la
monarquía española durante más de tres siglos.
La grandes luchas llevadas a
cabo durante la gesta emancipadora del dominio español y especialmente durante
la Campaña Admirable que culminó con la Batalla del Puente de Boyacá, que hoy 198
años después conmemoramos con gran regocijo, nos dejaron un maravilloso legado
de enseñanzas que bien vale la pena sean analizadas, entendidas y puestas en
práctica por la juventud de nuestros tiempos, para que puedan convertirse en
los verdaderos líderes de nuestras comunidades, vivir libres e independientes y
dueños de sus propios destinos, llegando a merecer el reconocimiento y
admiración de sus congéneres.
Una de las más caras virtudes
que podríamos aprender de nuestros héroes patrios es la unión y el compromiso
por el bien común; desde el mismo instante del grito de independencia en 1810,
muchos hombres, mujeres y niños colombianos y americanos se fijaron un sólo
objetivo, una única meta: trabajar incansablemente por la libertad de los
pueblos gobernados por la corona española; fue así como los grandes líderes de
este arrollador movimiento independentista hicieron causa común, y con fe,
entusiasmo, abnegación y sacrificio se lanzaron a la conquista de tan preciado
ideal: EL DON DE LA LIBERTAD, que para Colombia se concretó con la inmemorable
Batalla de Boyacá, allí donde un niño llamado Pedro Pascasio Martínez, en un
acto singular de honradez, arrojo, valentía y especial sagacidad, localizó
detrás de unas piedras al comandante del ejército realista, el derrotado y
humillado coronel José María Barreiro, a quien
captura y conduce ante el general Bolívar, desechando el soborno del
cual fuera objeto por parte del capturado, y dejándonos, con esta actitud, el
más grande y claro ejemplo de honestidad, que bien merece ser tenido en cuenta
para aplicarlo en nuestras vidas, en estos momentos en que la corrupción se ha
convertido en un cáncer que corroe inmisericordemente a nuestro país.
Como este niño, los hombres y
mujeres que formaron parte de la gran gesta emancipadora, se distinguieron por
su entrega sin límite al servicio de los más altos y caros intereses de la
patria y por buscar solamente la satisfacción del deber cumplido y el honor
inmenso que depara la lucha por el bien común, dejando de lado, como
corresponde, sus propios intereses.
Cuánta tristeza nos causa a los
colombianos de bien, ver cómo resulta cada vez más evidente, y por consiguiente
patético, el desconocimiento del principio constitucional de que el interés
general prevalece sobre el particular, y es así como las personas que
investidos de funcionarios públicos, y a quienes les asiste la enorme
responsabilidad de regir los destinos de nuestro país y luchar unidos por el
bienestar de los colombianos, a diferencia de nuestros héroes, resultan
representando sus propios intereses o los de terceros, en busca de beneficios
privados en detrimento de los colectivos.
De la misma manera nos entristece
saber que Colombia es el segundo país más corrupto de toda América, es tan
grave este problema que le hace más daño al país que otras desgracias
nacionales, como la violencia o el desempleo y lo más preocupante es que, lejos de reducirse,
cada día surgen nuevos y escandalosos casos de corrupción.
Basta con hacer una mirada
retrospectiva para reconocer las grandes carencias y limitaciones con las que
lucharon nuestros patriotas, sin más recursos que su valentía, su arrojo, la
solidaridad de los lugareños y la
voluntad por la consecución de un bien común, no obstante lograron una victoria
definitiva y trascendental que aún después de casi dos siglos disfrutamos.
Hoy por el contrario, las
grandes arcas del erario público con las que cuenta nuestra querida Colombia, y
que han de ser destinadas a satisfacer las más sentidas carencias de los
ciudadanos, pierden su cauce y en lugar de permitir mejoras que todo un país
pueda disfrutar, terminan en los bancos de los políticos y funcionarios
corruptos, causantes de la pobreza actual, y a quienes el pueblo erróneamente
confió el manejo de los recursos públicos.
Hoy, si bien es cierto podemos
pregonar a los 4 vientos que hemos sido libres del yugo español, también es
cierto que tenemos que reconocer y anunciar que estamos subyugados por la
corrupción que ha permeado todos los estamentos del estado, convirtiendo a
nuestra querida Colombia en un país en el que las diferencias sociales se hacen
cada día más evidentes, y donde la franja de pobreza y miseria aumenta cada
día, contrastando con los datos estadísticos que a diario nos muestran en los
noticieros y que nada tienen que ver con la realidad.
Infortunadamente la mayoría de
nuestros líderes de hoy carecen de la grandeza, dones y virtudes que distinguían a nuestros históricos y
verdaderos héroes, si los tuviesen otra sería la suerte de nuestra amada
patria.