lunes, 7 de agosto de 2017

HISTORIA Y REALIDAD
Por: Doris Yaneth Florián Florián

La historia, según el tribuno de la antigua Roma, Cicerón, es “la maestra de la vida” y aunque su enseñanza es muy compleja por cuanto requiere una gran dosis de lectura y amor por estudiar nuestro pasado, es necesario que la conozcamos, si no conocemos nuestro pasado, seremos personas que andaremos  a ciegas en nuestro presente y que con seguridad no podremos proyectar nuestro futuro.

Hoy con ocasión de la conmemoración de la Batalla de Boyacá, no  pretendo darles una cátedra magistral de la historia de nuestra amada Colombia y del acontecer republicano e independiente a partir de la Campaña Libertadora de 1819, liderada por ese gran genio de las Américas, el caraqueño Simón Bolívar; simplemente me limitaré a poner en consideración algunas reflexiones en torno a aquel 7 de Agosto de 1819 en que las heroicas tropas patriotas comandadas por el propio general Bolívar enfrentaran y derrotaran al ejército realista en el histórico sitio del Puente de Boyacá, en una batalla que se ha considerado como la acción de armas única y definitiva para la conquista de la tan anhelada LIBERTAD, no sólo de los colombianos sino de todos los pueblos de América latina sometidos y subyugados por el dominio de los gobiernos de la monarquía española durante más de tres siglos.

La grandes luchas llevadas a cabo durante la gesta emancipadora del dominio español y especialmente durante la Campaña Admirable que culminó con la Batalla del Puente de Boyacá, que hoy 198 años después conmemoramos con gran regocijo, nos dejaron un maravilloso legado de enseñanzas que bien vale la pena sean analizadas, entendidas y puestas en práctica por la juventud de nuestros tiempos, para que puedan convertirse en los verdaderos líderes de nuestras comunidades, vivir libres e independientes y dueños de sus propios destinos, llegando a merecer el reconocimiento y admiración de sus congéneres.

Una de las más caras virtudes que podríamos aprender de nuestros héroes patrios es la unión y el compromiso por el bien común; desde el mismo instante del grito de independencia en 1810, muchos hombres, mujeres y niños colombianos y americanos se fijaron un sólo objetivo, una única meta: trabajar incansablemente por la libertad de los pueblos gobernados por la corona española; fue así como los grandes líderes de este arrollador movimiento independentista hicieron causa común, y con fe, entusiasmo, abnegación y sacrificio se lanzaron a la conquista de tan preciado ideal: EL DON DE LA LIBERTAD, que para Colombia se concretó con la inmemorable Batalla de Boyacá, allí donde un niño llamado Pedro Pascasio Martínez, en un acto singular de honradez, arrojo, valentía y especial sagacidad, localizó detrás de unas piedras al comandante del ejército realista, el derrotado y humillado coronel José María Barreiro, a quien  captura y conduce ante el general Bolívar, desechando el soborno del cual fuera objeto por parte del capturado, y dejándonos, con esta actitud, el más grande y claro ejemplo de honestidad, que bien merece ser tenido en cuenta para aplicarlo en nuestras vidas, en estos momentos en que la corrupción se ha convertido en un cáncer que corroe inmisericordemente a nuestro país.

Como este niño, los hombres y mujeres que formaron parte de la gran gesta emancipadora, se distinguieron por su entrega sin límite al servicio de los más altos y caros intereses de la patria y por buscar solamente la satisfacción del deber cumplido y el honor inmenso que depara la lucha por el bien común, dejando de lado, como corresponde, sus propios intereses.

Cuánta tristeza nos causa a los colombianos de bien, ver cómo resulta cada vez más evidente, y por consiguiente patético, el desconocimiento del principio constitucional de que el interés general prevalece sobre el particular, y es así como las personas que investidos de funcionarios públicos, y a quienes les asiste la enorme responsabilidad de regir los destinos de nuestro país y luchar unidos por el bienestar de los colombianos, a diferencia de nuestros héroes, resultan representando sus propios intereses o los de terceros, en busca de beneficios privados en detrimento de los colectivos.

De la misma manera nos entristece saber que Colombia es el segundo país más corrupto de toda América, es tan grave este problema que le hace más daño al país que otras desgracias nacionales, como la violencia o el desempleo y lo más preocupante es que, lejos de reducirse, cada día surgen nuevos y escandalosos casos de corrupción.

Basta con hacer una mirada retrospectiva para reconocer las grandes carencias y limitaciones con las que lucharon nuestros patriotas, sin más recursos que su valentía, su arrojo, la solidaridad de los lugareños  y la voluntad por la consecución de un bien común, no obstante lograron una victoria definitiva y trascendental que aún después de casi dos siglos disfrutamos.

Hoy por el contrario, las grandes arcas del erario público con las que cuenta nuestra querida Colombia, y que han de ser destinadas a satisfacer las más sentidas carencias de los ciudadanos, pierden su cauce y en lugar de permitir mejoras que todo un país pueda disfrutar, terminan en los bancos de los políticos y funcionarios corruptos, causantes de la pobreza actual, y a quienes el pueblo erróneamente confió el manejo de los recursos públicos.  

Hoy, si bien es cierto podemos pregonar a los 4 vientos que hemos sido libres del yugo español, también es cierto que tenemos que reconocer y anunciar que estamos subyugados por la corrupción que ha permeado todos los estamentos del estado, convirtiendo a nuestra querida Colombia en un país en el que las diferencias sociales se hacen cada día más evidentes, y donde la franja de pobreza y miseria aumenta cada día, contrastando con los datos estadísticos que a diario nos muestran en los noticieros y que nada tienen que ver con la realidad.


Infortunadamente la mayoría de nuestros líderes de hoy carecen de la grandeza, dones y virtudes que  distinguían a nuestros históricos y verdaderos héroes, si los tuviesen otra sería la suerte de nuestra amada patria.